Monday, May 28, 2007

Mi prima Marisel


De mi prima Marisel podría estar hablando horas -ella también podría estar hablando horas. Es una mujer simpatiquísima, a la que siempre he querido mucho, aunque de niña haya intentado robarle a su muñeca Luisa, una muñeca de trapo que me parecía adorable. No recuerdo el origen de esa muñeca, creo que había pertenecido a mi tía María Luisa, Mimí para todos nosotros. Yo quería tener a la muñeca Luisa y si mal no recuerdo creo que incluso en una ocasión llegué a robársela, para luego tener que devolverla avergonzada por el regaño de mis padres. No estoy segura de haberme sentido arrepentida de habérmela llevado de su casa. Pero como decía, mi prima Mari es una mujer increíble. Tiene ahora 40 o 41 años. Cuando cumplió 15 años yo cogí la primera borrachera de mi vida. Yo tendría 10 u 11 años y era una chiquilla larga y flaca a más no poder, y tímida y callada como sigo siendo hasta ahora. La fiesta de 15 años fue en su casa, en el patio de su casa, y entre las muchas cosas que se ofrecieron esa tarde-noche había un ponche delicioso. Como yo no podía tomar bebidas aún, pues comencé a comerme todas las frutas del ponche. Cada vez que me terminaba un vaso, iba donde la persona que estaba sirviendo y le pedía que me echara más. Conclusiones: terminé con una borrachera grandísima y metida en el baño de mis tíos, vomitando todo, y recibiendo cubos de agua con hielo que me tiraba alguien. No creo que fuera mi papá porque de ser así aún recordaría los regaños. Mi prima lo pasó fenomenal esa noche, sin embargo, lo más memorable de los quince de mi prima no fue esto, lógicamente, sino las fotos! A mi prima se le ocurrió que quería una foto dentro de una gran tinaja de barro que estaba en el patio de un hermoso restaurante cerca de su casa. Pues bien, el caso es que mi prima tiene lo suyo: un trasero grandísimo que no cupo por la boca de la tinaja. El fotógrafo hizo cuanto intento fue posible, con la ayuda de todos los presentes, para tratar de pasar la parte más voluminosa de la anatomía de mi prima por la boca de la tinaja. Pero nada. Solución: mi prima se escondió detrás de la tinaja y sólo era visible la cabeza. Así podía engañar a cualquiera. Un talento fotográfico solo comparable al del fotógrafo que "puso" a mi prima Madeley dentro de una copa -cuando tecnologías como Photoshop eran impensables-.
De mi prima tengo que resaltar varias cualidades que siempre he admirado: su amor por los animales y la naturaleza, al punto de viajar los kilómetros que separaban su casa de mi casa, y viceversa, con un pollito que estaba criando dentro de la cartera. Y en Cuba esto reviste carácter casi heroico porque montarse en una guagua cubana es equiparable solo a una heroicidad. También he admirado siempre en ella su fuerza de voluntad incansable: trabaja como una hormiguita todo el tiempo: ha construido su casa sola, a punta de pedales -se gana un dinerito extra repartiendo los mandados a los vecinos, en bicicleta; se preocupa por toda la familia siempre y parece que tiene energías para ella y para los demás. Y sobre todo, me gusta de mi prima su capacidad para reírse de todo, para bromear y hacerle la vida alegre a los que la rodean.
Tendría que agregar algo vital: cuando salí de Cuba, la única que se mantuvo escribiéndome siempre, a pesar de mis largos silencios y ausencias, fue ella. Me mantenía al tanto, con pelos y señas, de todo lo que iba aconteciendo en la familia y haciéndome reír con sus ocurrencias.

Tuesday, May 15, 2007

Mi cómplice de infancia

Este es mi primo Raudel. En unos pocos días cumple 36 años -si la memoria no me falla, es el 10 de junio su cumpleaños. Quizás él nunca se entere de que su foto está puesta en Internet, y con casi absoluta certeza, aunque lo sepa, nunca la verá. Es que Raudel vive en Cuba. Y no sólo en Cuba, sino en un pueblito de campo, donde el Internet parece una cosa de ciencia ficción. Ni siquiera estoy segura de que él sepa que existe algo llamado Internet ni para qué se usa. Durante nuestra infancia fuimos grandes amigos. Yo tuve una infancia muy feliz. Eso tengo que decirlo. Y él fue parte de mi infancia. Yo vivía en la ciudad, y él, en el campo, muy cerca de casa de mis abuelos. Mis vacaciones de verano siempre las pasaba en casa de mis abuelos, donde pese a lo estricta que eran -es- mi tía y mi abuelo, siempre tuvimos oportunidad de hacer más de una travesura. Mientras había clases, solíamos cartearnos. Nos hacíamos confesiones de amores infantiles en clave -por si acaso las cartas caían en manos de nuestros padres-. Recuerdo, por ejemplo, una de las claves: la mata ya tiene guayabas maduras -eso quería decir que el muchachito que me gustaba por entonces había regresado al pueblo -estudiaba para Maestro, becado en otra ciudad- y que había preguntado o había mostrado algún interés por mí. Con mi primo, siendo muy muy pequeña -tendría yo entonces cuatro años, y el cuento me llega, por supuesto, de segunda mano, a través de los recuerdos de mi madre-, casi nos ahogamos en una represa. La casa de mis abuelos, en la finca, estaba en una colinita, y la represa estaba a una distancia considerable, que ahora no podría calcular -ya se sabe que las distancias para los niños tienen otras medidas-. Pero estaba lejos. De repente, un tío abuelo les dice a mi mamá y a mis tías, que estaban tranquilamente sentadas conversando, olvidadas de los niños-: miren qué pájaros más raros hay allá por la presa, uno tiene un pico rojo muy grande-. Y de repente caen en la cuenta que éramos nosotros dos, que estábamos "pescando", justo en la orilla de la presa.
No puedo decir con precisión en qué momento comenzamos a alejarnos, a convertirnos casi en extraños. Creo que fue al entrar a la Universidad, o más bien, al final del segundo año de la Universidad. Antes de eso, siempre pasábamos los veranos juntos, tanto en casa de mis abuelos, como en la casa en la playa -eso aún era posible en Cuba, para cualquiera-. Pero en las vacaciones de ese segundo año, era 1991, al gobierno se le ocurrió que el valle donde mis abuelos y tíos tenían sus tierras tenía que convertirse en una represa gigante, tan grande que abasteciera de agua a Ciudad Habana. Conclusiones: mi familia tuvo que salir de sus casas casi con el agua al cuello y mudarse a unos minúsculos apartamentos, más parecidos a gallineros que a casas, en el pueblo donde viven ahora. Desde entonces ya no pasaba las vacaciones en el campo y mi primo estaba estudiando en otra ciudad. En realidad estaba tan dolida que casi no iba a visitar a mi familia -no por ellos, sino por haber perdido el sitio de mi infancia-. Nunca más volví a visitar la presa gigante en que se convirtió aquel caserío donde vivían mis abuelos. Cuentan los que han ido que se ve, o al menos se veía hasta hace poco, la torre del ingenio azucarero por encima del agua. Yo tuve muchos sueños con ese sitio. Incluso llegué a soñar alguna vez que nos habíamos instalado debajo de las aguas para seguir viviendo en aquel pueblito pequeño.
Ahora mi primo es papá de la niña de la foto. Me parece que se llama Milena; en realidad la he visto solo una vez en mi vida, cuando era una bebé. Al lado de ellos dos está mi tía Dalia, la mamá de Raudel. Ella y mi tío, el hermano de mi mamá, se separaron hace ya algún tiempo. Pero ella sigue siendo mi tía y sigo sintiendo por ella el mismo cariño de siempre. A mi primo lo sigo queriendo profundamente, con ese amor sincero de la infancia.
En alguna otra ocasión tendré que hablar de mi prima Madeley. Ella era la tercera en aquel trío de niños traviesos que éramos nosotros hace más de 25 años.