Saturday, June 2, 2007

Eliecer


Mi primo Eliecer tiene casi 31 años, vive en Cuba, más específicamente en la barriada de Versalles, en Matanzas. Es mi primo menor por parte de padre. Su hermano, Eduardito, vive en Miami, Estados Unidos, desde el 2004. En unos días más irá de regreso a Cuba a visitar a su mamá, a su hermano, a su hija... La familia por parte de padre es corta, siempre ha sido corta: mis abuelos Pablo y Nicolasa, mi tío Froilán, que nunca ha tenido hijos, mi tía Bertha y sus hijos Eliecer y Eduardito, mi papá, mi hermana y yo. Pero ni mis abuelos ni mi papá ni mi hermana están con nosotros ya.
Eliecer y mi hermana nacieron el mismo año: 1975, solo que Yeli lo hizo en marzo y él, en agosto. De pequeña me gustaba mucho la fotografía. Recuerdo la primera cámara fotográfica -rusa, por supuesto- que me regaló mi padre. Yo tendría unos ocho años y me sentía muy importante porque entendía ya de diafragmas, de entrada de luz, de apertura del obturador y esas cosas. Mi papá tuvo la paciencia de enseñarme algunas cosas y debo confesar que aquellas primeras fotos fueron muy buenas. En una de esas fotos estaban mi hermana y mi primo Elie, sentados en medio de un campo de yerbas, que sólo dejaba al descubierto sus caritas de niños traviesos. No sé en qué rincón del mundo habrá quedado esa foto. No sé si haya sobrevivido a quemas, despojos y limpiezas. Era una foto en blanco y negro, por supuesto -estamos hablando de 1978, 1979, más o menos-, y la tomé detrás de la casa de mis abuelos paternos, en el campo. Era una foto bella. Mi primo y mi hermana estaban bellos en esa foto. No sé si él recuerde la existencia de esa foto. Estoy casi segura de que no tiene una copia, de que nunca tuvo una copia. Tal vez nunca haya visto esa foto, cuya existencia es ahora más que dudosa.
Ahora mi primo es comerciante en el mercado campesino de Matanzas. No sé cómo le vaya. He sabido de cuánto dinero ha perdido, de cuántos sustos ha pasado. La última vez que estuve en Cuba él, su esposa y mi tía nos hicieron una comida, y fue lindo estar juntos, pasarla bien, hacer chistes, como si realmente pudiéramos ser felices todavía. Su hermano va a Cuba en unos pocos días más, y a mí me entra como un pesar muy grande cuando pienso en que nunca podré ir yo, en que si llego a ir algún día, no tendré una casa a la cual llegar, no habrá un sitio que me acoja, me dé la bienvenida y sobre todo, me ampare. Mi primo Duardi va por 10 días a Cuba. Pero 10 días no son suficientes. En realidad, ningún tiempo es suficiente para recuperar todo el que uno no ha estado allá, ningún tiempo es suficiente sobre todo porque hay personas que nunca más estarán y ese vacío es irreparable.
Ojalá algún día pueda estar cerca de mi familia, de mis primos. Elie es un tipo chévere, bacán, dicharachero y mal hablado, pero dulce y tierno y cariñoso y preocupado por su mamá, por su hijo. Siempre que pienso en él, recuerdo a mi hermana. Y no es que mi hermana y él se parecieran en el carácter o físicamente. Pero aquella foto de infancia los unió para siempre y así los pienso siempre: dos niños pequeños dejándose retratar por una chiquilla flaca e impertinente que quién sabe cuánto les habrá peleado para lograr la toma perfecta. Ojalá la vida fuera tan perdurable y segura como el contenido de una foto vieja.

Monday, May 28, 2007

Mi prima Marisel


De mi prima Marisel podría estar hablando horas -ella también podría estar hablando horas. Es una mujer simpatiquísima, a la que siempre he querido mucho, aunque de niña haya intentado robarle a su muñeca Luisa, una muñeca de trapo que me parecía adorable. No recuerdo el origen de esa muñeca, creo que había pertenecido a mi tía María Luisa, Mimí para todos nosotros. Yo quería tener a la muñeca Luisa y si mal no recuerdo creo que incluso en una ocasión llegué a robársela, para luego tener que devolverla avergonzada por el regaño de mis padres. No estoy segura de haberme sentido arrepentida de habérmela llevado de su casa. Pero como decía, mi prima Mari es una mujer increíble. Tiene ahora 40 o 41 años. Cuando cumplió 15 años yo cogí la primera borrachera de mi vida. Yo tendría 10 u 11 años y era una chiquilla larga y flaca a más no poder, y tímida y callada como sigo siendo hasta ahora. La fiesta de 15 años fue en su casa, en el patio de su casa, y entre las muchas cosas que se ofrecieron esa tarde-noche había un ponche delicioso. Como yo no podía tomar bebidas aún, pues comencé a comerme todas las frutas del ponche. Cada vez que me terminaba un vaso, iba donde la persona que estaba sirviendo y le pedía que me echara más. Conclusiones: terminé con una borrachera grandísima y metida en el baño de mis tíos, vomitando todo, y recibiendo cubos de agua con hielo que me tiraba alguien. No creo que fuera mi papá porque de ser así aún recordaría los regaños. Mi prima lo pasó fenomenal esa noche, sin embargo, lo más memorable de los quince de mi prima no fue esto, lógicamente, sino las fotos! A mi prima se le ocurrió que quería una foto dentro de una gran tinaja de barro que estaba en el patio de un hermoso restaurante cerca de su casa. Pues bien, el caso es que mi prima tiene lo suyo: un trasero grandísimo que no cupo por la boca de la tinaja. El fotógrafo hizo cuanto intento fue posible, con la ayuda de todos los presentes, para tratar de pasar la parte más voluminosa de la anatomía de mi prima por la boca de la tinaja. Pero nada. Solución: mi prima se escondió detrás de la tinaja y sólo era visible la cabeza. Así podía engañar a cualquiera. Un talento fotográfico solo comparable al del fotógrafo que "puso" a mi prima Madeley dentro de una copa -cuando tecnologías como Photoshop eran impensables-.
De mi prima tengo que resaltar varias cualidades que siempre he admirado: su amor por los animales y la naturaleza, al punto de viajar los kilómetros que separaban su casa de mi casa, y viceversa, con un pollito que estaba criando dentro de la cartera. Y en Cuba esto reviste carácter casi heroico porque montarse en una guagua cubana es equiparable solo a una heroicidad. También he admirado siempre en ella su fuerza de voluntad incansable: trabaja como una hormiguita todo el tiempo: ha construido su casa sola, a punta de pedales -se gana un dinerito extra repartiendo los mandados a los vecinos, en bicicleta; se preocupa por toda la familia siempre y parece que tiene energías para ella y para los demás. Y sobre todo, me gusta de mi prima su capacidad para reírse de todo, para bromear y hacerle la vida alegre a los que la rodean.
Tendría que agregar algo vital: cuando salí de Cuba, la única que se mantuvo escribiéndome siempre, a pesar de mis largos silencios y ausencias, fue ella. Me mantenía al tanto, con pelos y señas, de todo lo que iba aconteciendo en la familia y haciéndome reír con sus ocurrencias.

Tuesday, May 15, 2007

Mi cómplice de infancia

Este es mi primo Raudel. En unos pocos días cumple 36 años -si la memoria no me falla, es el 10 de junio su cumpleaños. Quizás él nunca se entere de que su foto está puesta en Internet, y con casi absoluta certeza, aunque lo sepa, nunca la verá. Es que Raudel vive en Cuba. Y no sólo en Cuba, sino en un pueblito de campo, donde el Internet parece una cosa de ciencia ficción. Ni siquiera estoy segura de que él sepa que existe algo llamado Internet ni para qué se usa. Durante nuestra infancia fuimos grandes amigos. Yo tuve una infancia muy feliz. Eso tengo que decirlo. Y él fue parte de mi infancia. Yo vivía en la ciudad, y él, en el campo, muy cerca de casa de mis abuelos. Mis vacaciones de verano siempre las pasaba en casa de mis abuelos, donde pese a lo estricta que eran -es- mi tía y mi abuelo, siempre tuvimos oportunidad de hacer más de una travesura. Mientras había clases, solíamos cartearnos. Nos hacíamos confesiones de amores infantiles en clave -por si acaso las cartas caían en manos de nuestros padres-. Recuerdo, por ejemplo, una de las claves: la mata ya tiene guayabas maduras -eso quería decir que el muchachito que me gustaba por entonces había regresado al pueblo -estudiaba para Maestro, becado en otra ciudad- y que había preguntado o había mostrado algún interés por mí. Con mi primo, siendo muy muy pequeña -tendría yo entonces cuatro años, y el cuento me llega, por supuesto, de segunda mano, a través de los recuerdos de mi madre-, casi nos ahogamos en una represa. La casa de mis abuelos, en la finca, estaba en una colinita, y la represa estaba a una distancia considerable, que ahora no podría calcular -ya se sabe que las distancias para los niños tienen otras medidas-. Pero estaba lejos. De repente, un tío abuelo les dice a mi mamá y a mis tías, que estaban tranquilamente sentadas conversando, olvidadas de los niños-: miren qué pájaros más raros hay allá por la presa, uno tiene un pico rojo muy grande-. Y de repente caen en la cuenta que éramos nosotros dos, que estábamos "pescando", justo en la orilla de la presa.
No puedo decir con precisión en qué momento comenzamos a alejarnos, a convertirnos casi en extraños. Creo que fue al entrar a la Universidad, o más bien, al final del segundo año de la Universidad. Antes de eso, siempre pasábamos los veranos juntos, tanto en casa de mis abuelos, como en la casa en la playa -eso aún era posible en Cuba, para cualquiera-. Pero en las vacaciones de ese segundo año, era 1991, al gobierno se le ocurrió que el valle donde mis abuelos y tíos tenían sus tierras tenía que convertirse en una represa gigante, tan grande que abasteciera de agua a Ciudad Habana. Conclusiones: mi familia tuvo que salir de sus casas casi con el agua al cuello y mudarse a unos minúsculos apartamentos, más parecidos a gallineros que a casas, en el pueblo donde viven ahora. Desde entonces ya no pasaba las vacaciones en el campo y mi primo estaba estudiando en otra ciudad. En realidad estaba tan dolida que casi no iba a visitar a mi familia -no por ellos, sino por haber perdido el sitio de mi infancia-. Nunca más volví a visitar la presa gigante en que se convirtió aquel caserío donde vivían mis abuelos. Cuentan los que han ido que se ve, o al menos se veía hasta hace poco, la torre del ingenio azucarero por encima del agua. Yo tuve muchos sueños con ese sitio. Incluso llegué a soñar alguna vez que nos habíamos instalado debajo de las aguas para seguir viviendo en aquel pueblito pequeño.
Ahora mi primo es papá de la niña de la foto. Me parece que se llama Milena; en realidad la he visto solo una vez en mi vida, cuando era una bebé. Al lado de ellos dos está mi tía Dalia, la mamá de Raudel. Ella y mi tío, el hermano de mi mamá, se separaron hace ya algún tiempo. Pero ella sigue siendo mi tía y sigo sintiendo por ella el mismo cariño de siempre. A mi primo lo sigo queriendo profundamente, con ese amor sincero de la infancia.
En alguna otra ocasión tendré que hablar de mi prima Madeley. Ella era la tercera en aquel trío de niños traviesos que éramos nosotros hace más de 25 años.

Sunday, April 8, 2007

Hace menos


Esta foto es mucho más reciente. Ya vivía yo en este país. Creo que fue del verano del 2005 esta foto: mi tía Ana, mi prima Dayneris y mi prima Naibel. Como ven, Naibel dejó de ser una niña! Esta foto es en casa de mi tía Ana. Nuestra casa estaba muy cerca de la de ellos. Era bueno vivir cerca de la familia. Ahora no tenemos a nadie cerca, y los días parecen repetirse, imitarse unos a otros, en secuencias interminables, siempre iguales. A veces salimos de la monotonía del maíz y escapamos a algún lugar. Ayer, por ejemplo, fuimos a ver una exposición soviética en Grinnell, un pueblo hermoso a una hora de Iowa.

Wednesday, April 4, 2007

Hace tantos años...

Era el verano del año 1997. Era la primera vez que regresaba a Cuba desde mi salida en 1995. El regreso implicó para mí un reencuentro no solo con mi familia, sino también con muchas otras cosas que habían quedado suspendidas, esperando una resolución final. Pero no hubo tal resolución, ni tampoco final. No recuerdo muy bien qué celebrábamos el día de esta foto: sólo sé que era en casa de mi abuela Nicolasa y de mi tío Froilán, ellos nos habían preparado una comida -tan deliciosa como sólo sabía hacerla mi abuela-, y nosotros habíamos comprado un kei -cake- y bebidas y habíamos llevado algo de música. Fue un día lindo, una tarde en familia. En esta foto están Raúl, por entonces el novio de mi hermana; mi hermana Yeli; mi prima Naibel, y Alfredo, mi hermano no de sangre, pero hermano al fin. El había viajado desde Agramonte para estar conmigo, con nosotros. Naibel era todavía una niña pequeña. Hoy es una hermosa joven. Ese día fui feliz.

Friday, March 30, 2007

Para que mis muertos no mueran


Cuando menos lo pensamos, una foto, algún recuerdo físico particular, nos devuelve a una zona del pasado en la que hacía tiempo no habíamos reparado. Esos espacios de la memoria que viven en nosotros, aun sin darnos cuenta del todo, nos sostienen, de algún modo. En todos estos años he perdido muchas cosas: amigos, amores, mi hermana, mi padre, mi casa, mis libros, mis discos... y también muchas muchas fotos. Pero todo lo perdido sigue viviendo en mí. Hablar de lo que ya no tengo, de lo que nunca más tendré, es un modo de no dejar morir mi pasado, y de enlazarlo con este presente.
El último disco que me regaló mi hermana se llama Como los peces, de Carlos Varela. A ella no le era particularmente grato Varela, por motivos que no vienen al caso exponer ahora. Pero en este disco hay una canción que habla un poco de las pérdidas.
Este blog, entonces, es una de las formas que tengo para evitar que mi hermana, Yeli, y mi papá, mueran del todo.
Aquí va la canción. Luego vendrán las fotos.


Foto de familia

Detrás de todos estos años
detrás del miedo y el dolor
vivimos añorando algo,
algo que nunca más volvió.

Detrás de los que no se fueron,
detrás de los que ya no están,
hay una foto de familia
donde lloramos al final.

Tratando de mirar
por el hueco de una aguja.
Tratando de vivir dentro de una misma burbuja,
Solos.

Detrás de toda la nostalgia,
de la mentira y la traición,
detrás de toda la distancia,
detrás de la separación.

Detrás de todos los gobiernos,
de las fronteras y la religión
hay una foto de familia,
hay una foto de los dos.

Tratando de mirar
por el hueco de una aguja.
Tratando de vivir dentro de una misma burbuja,
Solos.

Detrás de todos estos años
detrás del miedo y el dolor
vivimos añorando algo
y descubrimos con desilusión
que no sirvió de nada,
de nada
"o casi nada
que no es lo mismo
pero es igual".